José Miguel Rayón Martín nació en Cáceres en 1941, aunque sentía un vínculo mayor con Salamanca donde curso sus estudios escolares y la carrera de Medicina. Su residencia en Patología la realizó en el Hospital Sant Pau de Barcelona en el momento en que el Dr. Lorenzo Galindo dirigía el Servicio, implantando modelos renovadores traídos de América. Era el año 1968 y allí coincidió con la que sería su esposa, la dra. Mª Angeles González.
Con la apertura del Hospital La Fe de Valencia, en su sede original de la Av. de Campanar, se incorporó a la plantilla del Departamento de Anatomía Patológica donde desarrolló toda su carrera profesional hasta su jubilación. Allí fue Jefe de Sección en un servicio dirigido por Luis Vicente Tamarit, y que nació con la necesidad de evolucionar la Anatomía Patológica surgida de los discípulos directos de Cajal, con una fuerte orientación investigadora, a un modelo eminentemente diagnóstico que se ajustara a las necesidades del mayor hospital valenciano. Aunque en 1978 obtuvo por oposición la jefatura del Hospital Yagüe de Burgos, decidió permanecer en Valencia.
En los años 80 inició su actividad médica privada en los hospitales Virgen del Consuelo y 9 de Octubre de Valencia, junto a Agustín Froufe, donde se mantuvo en activo hasta 2017.
En la década de los 90 cuando la implantación de subespecialidades dentro de la Anatomía Patológica parecía algo natural para los grandes hospitales de referencia, se opuso firmemente, manteniendo la idea que sólo un ejercicio de patólogo general garantiza poder mantener un nivel diagnóstico adecuado. Sin embargo, él ya se había orientado hacía una subespecialización, la patología hepática, sin dejar de diagnosticar todo tipo de muestras. Las biopsias hepaticas de La Fe acababan revisadas por él de una manera informal, siendo el resto de los adjuntos los que se acercaban a su despacho a consultarle esa patología que solo él parecía entender en profundidad.
En los primeros 90 tuvo la oportunidad de incorporarse al programa de trasplante hepático de La Fe liderado por el cirujano Dr. José Mir. Esas biopsias y esas hepatectomías sí iban directamente a sus manos y los clínicos acudían a él a desentrañar si los pacientes desarrollaban fenómenos de rechazo a los injertos y a encauzar los tratamientos del naciente programa de trasplantes.
Su vocación por la patología era indudable y eso lo trasmitía a los que lo rodeaban, adjuntos y residentes. Formado en una época donde la patología autópsica era esencial, fue un magnifico prosector y brillante desentrañando las causas de muerte de las patologías mas complejas. No dejaba de acudir a la biblioteca de La Fe donde fotocopiaba artículos para estudiar aquellas biopsias complicadas, a las que los libros de la época no daban respuesta. Los subrayaba y conservaba como fuente de conocimiento en un aprendizaje que él sabía no acaba nunca.
No tuvo un especial afán por las publicaciones y contaba con cierta tristeza como sus observaciones inéditas de hepatocitos esmerilados asociados a hepatitis B, presentadas en el Congreso SEAP de Murcia de 1973, fueron recogidas y publicadas meses después por Hadziyannis y Hans Popper en el número de noviembre de los Arch Pathol.
Su despacho, tras la reducción de espacio del Departamento en los 80, situado al final del pasillo de la primera planta, frente al laboratorio de histoquimia, era lugar de visitas frecuentes del resto de la plantilla consultando todo tipo de casos, no solamente hepáticos. Allí solía sonar una música clásica que relajaba e incitaba al estudio. Su carácter peculiar generaba a veces desconcierto en los interlocutores cuando trasmitía dudas ante cuestiones diversas, (nunca en relación a los diagnósticos) o defendía posturas contrapuestas con apenas minutos de diferencia. Su seriedad e impasibilidad dejaba descolocados a los interlocutores que suponían que estaba bromeando o burlándose.
Siendo un magnífico morfopatólogo incorporó con entusiasmo la inmunohistoquímica, sin embargo, nunca quiso dejar de encargarse él mismo del tallado y la macroscopía. En su práctica privada, la mesa de tallado le ocupada mas tiempo que el microscopio, pero él sostenía que el diagnóstico se facilitaba enormemente cuando se encargaba personalmente del tallado. Su despedida de la actividad diagnóstica fue triste, aun comprendiendo que el periodo laboral debe un día acabar, aquello era, sin duda, una pérdida, no de un trabajo, sino de una auténtica pasión que llenaba y enriquecía su vida.
Descanse en paz.
L.A.